jueves, 3 de mayo de 2007

Una lectura del verano de 1976

Fue en verano y fue en Cádiz. En una de las calles próximas al puerto, en una librería cuyo nombre he olvidado, encontré un libro de un poeta hoy desplazado de nóminas generacionales y de clasificaciones al uso: Carlos Álvarez. Su título: Aullido de licántropo. El libro, editado por la mítica colección Ocnos, dirigida por Joaquín Marco y con un consejo editor lleno de nombres irrepetibles de nuestra poesía como Jaime Gil de Biedma, Ángel González, José Ángel Valente, José Agustín Goytisolo, Pere Gimferrer, Manuel Vázquez Montalbán y Carlos Barral, estaba en un mostrador vertical, en una esquina del establecimiento. Lo compré y durante los dos o tres días posteriores, en el cobijo de una pequeña casa del Sanlúcar de Barrameda de 1976, lo leí con pasión y, por qué no decirlo, con mucho desasosiego. Era -y es- un libro estremecedor en el que el sujeto poético se escinde en dos: el traductor, sin nombre, del manuscrito de Lawrence Talbot, un hombre-lobo, y el hombre lobo, autor de los poemas. En el libro se alternan los comentarios, análisis e interpretaciones del traductor con los poemas a los que alude. El manuscrito inglés, nos dice el traductor, "llegó a mis manos no sé todavía si para bien o para mal cierta noche en que casualmente la luna inundaba con su luz mi habitación, y que ahora entrego en prosa y verso castellanos".

En ese tiempo, creo recordar, Carlos Álvarez estaba en la cárcel, era preso político, y sufría una condena adicional en celda de castigo y, creo, protagonizaba una huelga de hambre. Yo había leído tiempo atrás algunos poemas de su libro Escrito en las paredes y había escuchado, con música de un cantautor frecuentador de recitales clandestinos en los barrios en que la ciudad de Madrid perdía su nombre, llamado Gabriel o con música y voz de Luis Pastor, otros. Uno de ellos, no lo sabía, formaba parte de Aullido de licántropo, y siempre me había emocionado especialmente: comienza con el verso "Lo llamaban Frank Stein". En estos días de un mayo lluvioso y elemental, recolocando las estanterías, me he reencontrado con el libro editado por Ocnos. Y he vuelto a leerlo para sentir una emoción muy similar a la que me invadió en aquellos días jóvenes y quizá más elementales que los presentes en que lo leí por vez primera bajo la noche de Sanlúcar. Es un libro en el que respira una angustia existencial ante la omnipresencia de la dictadura franquista que, curiosamente, es extensible a la voluntad de dominio que preside hoy cierta deriva de la globalización. En sus poemas y comentarios late la contradicción entre el hombre que intenta vivir lo cotidiano y el lobo que siempre acecha -esa dualidad que vive con nosotros hasta la muerte-, entre la racionalidad y lo no racional, entre la luz y la sombra. Entre el adanismo y la virginidad con que el inocente contempla el mundo y los más bajos instintos al servicio de la dominación y del oprobio. Un libro denso, cargado de significados, muy alejado del realismo plano con que a veces se ha descalificado cierta poesía social, escrito con un lenguaje ambicioso y preciso. Un libro sorprendente más de treinta años después de su salida a la luz. Un libro a reeditar con el cuidado que requiere una voz, tan poderosa como marginada, como la de Carlos Álvarez. Como para muestra sirve un botón, ahí dejo este poema:

Duerme. Sueña: una grieta
prorrumpe, crece, tensa
los nervios del violín. La calavera
resquebrajada. Escombro. Se pasea
por ella
quién sabe qué sería: una rata muerta,
los dientes de un gusano, la primera
balada de Chopin. Arde, gotea
la sangre en cada tecla
de su cerebro. Nieva
del
crescendo dramático la espesa
coloración del pánico... la idea

le ronda en torbellino: vueltas,
vueltas
a la espiral del tema.

¿Liberarlo?
Nadie turbe su sueño. Sueñe. Sueña.


Volver la vista atrás, reescribir, con el rigor y la distancia que ahora son posibles, la historia de nuestra poesía. Rescatar nombres y títulos, darles la vida que la pasión academicista ha intentado enterrar. Apostar por el poema que alienta en la vida. En las palabras, sin duda. Pero en las palabras que revelan y dan vida. Como este magistral Aullido de Carlos Álvarez. El poeta que escribía en un tiempo en el que era inevitable escribir algo así: "Estos que ahora son poemas / serán mañana piezas de un sumario".

1 comentario:

Francisco Fortuny dijo...

Magnífico libro el de Carlos Álvarez, Aullido de licántropo, que encontré en una librería de viejo, hace años.
Bienvenido a la blogsfera. Ya era hora.

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