martes, 8 de julio de 2008

Narratividad, fragmentariedad, "propuesta nocilla" y otras hierbas

En el último número de Qué leer, el novelista David Torres, autor de Niños de tiza (Algaida, Sevilla, 2008) hace una afirmación que puede sonar irreverente: "la supuesta novedad de la propuesta Nocilla no es tal. Existe desde Cortázar. Puede que incluso de antes. Por eso la vanguardia literaria española me recuerda más a una retaguardia que a otra cosa".

Comparto parcialmente tal afirmación y reconozco en ella alguna de mis reflexiones publicadas en El País a propósito de una trabajo de Vicente Verdú con el que cuestionaba la narratividad, la historia en la novela del siglo XXI. En efecto, la novela fragmentaria, la renuncia al argumento, a la trama, el desdén por la historia como componente del artefacto narrativo no es una novedad generada por el creciente dominio de Internet en la comunicación o por el surgimiento de nuevos soportes como el blog, o el correo electrónico, o todos los mecanismos de ofrecer historias a través del medio audiovisual. Esa opción literaria ya estaba en Cortázar, y en buena parte de la narrativa experimental española de la década de los setenta del pasado siglo, y en Joyce y su Finnegans Wake, y en la poesía experimental del período de entreguerras, y en la novela norteamericana de la generación beat y post-beat, comenzando por Kerouac y acabando en Pynchon, con su tecnoficción de La subasta del lote 49, o en el John Barth de Quimera, o en Larva, de Julián Ríos, o en la narrativa de Manuel Vázquez Montalbán que él mismo calificó como literatura de la subnormalidad en los años sesenta y primeros setenta: Manifiesto subnormal, Recordando a Dardé, Cuestiones marxistas, etc...
Entonces no había Internet y las computadoras u ordenadores comenzaron a ser (en los sesenta, por supuesto, en el período de entreguerras eran simplemente impensables), una noticia remota, vinculada a la ciencia ficción o a la experiencia de ciertos bancos que comenzaban por entonces a dotarse de armatostes enormes con los que alimentar sus incipientes centros de proceso de datos. Y existía una narrativa experimental que jugaba con cuantos elementos ofrecía, a los escritores, la realidad, la cultura (el comic, la música, el pop, el cine, la televisión) y la contracultura, incluyendo el adanismo prehippie y la nostalgia de los paraísos perdidos en los mares del sur (Gauguin al fondo). Incluso narrativa hubo, como el nouveau roman, que hizo de la ausencia de argumento, del rechazo de la historia y de la no narratividad la tríada virtuosa de una propuesta estética que fue necesaria pero que aburrió a un par de generaciones de una manera perseverante: llegó un momento en el que los jovencísimos lectores de entonces, cultivados en la adolescencia en la lectura de Stevenson, de Swift, de Baroja, de Dickens o de Clarín, asumíamos interminables sesiones de tortura frente a textos difícilmente legibles con el convencimiento (alentado por los estructuralistas) de que ahí estaba el secreto del gozo literario, la magia (muy oculta, casi inexcrutable) de la literatura. Recuerdo el tedio asumido voluntariamente algunas tardes de verano consistente en intentar dar por terminada la lectura de una novela (¿novela?) de Robbe Grillet titualada La celosía con la intención, tan estimulante como inexplicable a la luz del presente, de contarlo a los amigos y de presumir de haber doblegado, al fin, uno de los textos emblemáticos del "nuevo novelista francés". Confieso que de aquella propuesta narrativa leí con placer y con pasión tres novelas: La modificación, de Buttor (a propósito de esa experiencia reflexiona, por cierto, el narrador de Verano, mi última novela) y El planetario e Infancia, de Nathalie Sarraute. Las tres eran (son) textos con cierto grado de experimentalismo, ciertamente. Pero sustentados en una historia, atravesados por la emoción sentimental y no sólo estética. Es decir, en el binomio sobre el que se levanta toda la gran literatura: palabra reveladora y vida.
Ojo: que nadie se equivoque. No pretendo equiparar la llamada estética nocilla con determinadas literaturas experimentales propicias a provocar en el lector el tedio, el desconcierto o el cabreo. En absoluto. Lo que afirmo es que es muy discutible que sea una consecuencia objetiva, inevitable y saludable de la era Internet y de las conquistas y transformaciones que en la comunicación ha creado el llamado ciberespacio. Diré más: hoy podemos encontrar en las mesas de novedades de las librerías auténticas obras maestras, leídas y degustadas por miles de lectores, que se sustentan en el canon tradicional y que tienen como núcleo estructural una historia, un argumento, una trama que pasa a ser materia literaria a través del lenguaje. Grossman, Barnes, Ford, Nemirovsky, Marai, Auster, Williams, Conti, Vargas Llosa.... La lista de nombres sería, a este respecto, interminable.

Preguntas que se me ocurren: ¿no será que, a veces, tras la defensa a ultranza de la fragmentariedad existe una latente (o real) incapacidad para construir una historia, sea cual sea el lenguaje que la alimente? ¿Quién no nos dice que en la asimilación objetiva de determinadas fórmulas experimentales con la era Internet no hay una renuncia a hacer novela con los ingredientes e innovaciones que ese mundo nos ofrece, pero construyendo textos narrativos con vida, que emocionen, que apasionen, que nos mantengan atrapados de principio a fin?

Las respuestas, se las dejo al lector. O a un futuro artículo de este escritor "Al margen". Sed felices y leed mucho este verano.

2 comentarios:

Sergio dijo...

Hola, en la actualidad estoy leyendo "Verano" porque en su día me gusto mucho "Los días de Eisenhower".

a propóito de su artículo "Narratib¡vidad, fragmentabilidad, propuesta nocilla y otras hierbas" quería hacerle una pregunta y una consideración.

La pregunta: ¿Cree que entre los experimentalistas, pero fieles constructores de novelas (con su trama, su acción en cierto sentido y sus personajes) se encuentra Javier Marías? Yo creo que es uno de los mejores escritores contemporaneos que tenemos y, en concreto, "Tu Rostro mañana" en sus tres partes es excepcional.

Y la consideración: ¿No cree que la polémica teorica en la que se debate Enrique en su novela "Verano" ya está resuelta en la literatura por escritores como truman capote, norman Mailer u otros?

Le agradezco la existencia de su blog y sus novelas, de las que soy fiel y de las que nunca, nunca me he sentido lejano ni indiferente.

un saludo

Sergio.

MANUEL RICO dijo...

A mi juicio, la narrativa de Javier Marías no es adscribible a ninguna de las corrientes que, de manera más o menos difusa, conviven en nuestro panorama literario. Yo no la llamaría experimental aunque tenga rasgos innovadores. Yo hablaría de novela reflexiva o de pensamiento en la que la anécdota o la trama (poco perfilada las más de las veces) es el soporte para la reflexión: sobre el lenguaje y sobre la existencia. Sus novelas (especialmente la trilogía a la que usted alude) son densas, no fáciles de leer, pero sin duda valiosas. Personalmente, prefiero el Javier Marías de los cuentos y el de "Todas las almas".

Las polémicas teóricas, en literatura, están siempre abiertas. No se cierran definitivamente. Creo que Mailer, como Capote, como muchos otros, abordaron el eterno problema de los límites entre realidad y ficción, reflexionaron sobre la fantasía del escritor que más que escribir una novela emprende el proyecto (imposible en la práctica) de construir, hacer o provocar lo que en "Verano" Enrique Blasco llama "novela en la realidad". Todos hemos soñado alguna vez con esa posibilidad. Todos, también, hemos fantaseado con la idea de que nuestra vida sea la novela que alguien al margen de nosotros está escribiendo.
Gracias por sus observaciones y por sus comentarios.

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