sábado, 19 de septiembre de 2009

Diego Jesús Jiménez: dos poemas imprescindibles

Quiero cerrar mi particular homenaje a Diego Jesús invitando a los visitantes de este blog a leer dos poemas que, a mi parecer, están entre los diez textos poéticos de mayor altura de los últimos treinta años. Sé que más de uno va a sonreír con suficiencia, que en un panorama crítico que tiende a la simplificación y a la superficialidad, no es fácil valorar estos poemas complejos y transparentes a la vez, mágicos e imprevisibles (¡hay tanta poesía previsible en nuestra realidad literaria!), con una adjetivación precisa e iluminadora, llenos de música, de dificilísima elaboración y, como no podía ser de otro modo en Diego, cargados de emoción, de compasión, de ternura y de hondura crítica. El primero es un texto que descansa en la más radical intimidad. el segundo, en la fusión de lo colectivo y lo íntimo. Treinta años separan al segundo del primero.

El homenaje al padre muerto: "Noche de navidad"

Pertenece al libro con que en 1968 ganó el Nacional de Poesía, Coro de ánimas. Diego Jesús indaga en la experiencia del regreso al pueblo de la infancia (Priego de Cuenca) en navidad para encontrarse con el inmenso hueco del padre muerto (fue medico en ese pueblo). Este poema, que se publicó en las páginas literarias de un diario madirleño y que leí, deslumbrado, en el autobús que unía López de Hoyos con Hortaleza un día de diciembre de 1969 (con 18 años recién cumplidos) no ha dejado de emocionarme y de crecer en significados desde entonces. Diría más, su final estremecedor ( "Y nada, /nada, / no se da cuenta de que está muerto / y crece") me acompañó en los meses posteriores a la muerte del mío. Aquí dejo el poema:

NOCHE DE NAVIDAD

Te veo vivo
y sin consuelo,
padre. Aun a pesar de todo. Viendo
la vieja calma
del tilo, la fresca sombra
del ciprés, la senda
de la hormiga.
Tú, padre, cómplice
del mal,
no salgas; no saques ya
la oreja y la nariz, que luego
corres por estos campos
del trigo, se te hace el paso loco, y tu mala
memoria, pisa la siembra
y cantas.
¡Que aún pertenece
a todas estas cosas
tu dolor!
¡Padre, padre! ¿Otra vez?
Vuelve a esconderte. Vaya, vaya... No hay que sacarlo
de su agujero, porque no ve
y se ciega
con las cosas; y alborota, y le hace mucho ruido
la bebida, y el coñac
le hace ir hasta el pueblo,
y lo denuncian, y no quiere, en esta Navidad,
salirse de las casas. Y entra, remueve los baúles,
las alacenas, saca viejos papeles,
canela, perejil, y huele, huele...
cada garrafa, cada orza
sin vida.
Y es invierno,
y él se mete en el río, y su catarro
tiembla
junto a los juncos
y la buena hierba. Padre, pero por qué ahora
bailas, ¡qué bien te veo!,
con qué pareja,
en este amanecer, va tu resaca; que filtro vas a darle
sin precaución, qué beso en sus encías
o en su enagua
sin sangre, o dentro
del sostén.
¡Padre! ¡Padre!,
a qué este escándalo; ¿no ves...?, ¿no ves?
Si ya te lo decía, y no haces caso
nunca.
Ven, ven, si tú estás muerto
ya. Hala, hala...,
no beses más aquí, ¡no le tires del pelo! Padre...
Si hace seis años de tu muerte.

Pero cómo decírtelo si saltas, si no oyes, si va tu boca
casi al alba, y llegas a la alcoba, entras al dormitorio,
nos despiertas, te vas...
¡Qué amor habrá encontrado, si su aire
es de cansancio, y su camino es de tijeras y algodones
y gasas!

Aquí, si cada nochevieja
vengo, si en el bolsillo, junto a la voz de tu cadera
pongo
serpentinas, si traigo varias copas de más, y una botella
para ti. ¡Con qué cuidado
se la bebe! Y bromas, trucos, monjas sin cuerpo, ángeles, disfraces
de papel, hadas borrachas
y alegría al andar; si traigo
mi ronquera y mi vino, la cal
de la pared de casa aún en el hombro; y echo de la garrafa
como ladrón devoto
mi caridad.
Si así te sirvo. ¡Pero
qué juerga,
piensas! ¡Padre!
Y nada,
nada, no se da cuenta de que está muerto
y crece.

El homenaje al extrarradio humilde (e industrial) en Itinerario para náufragos

Reproduzco los tres primeros fragmentos de "Homenaje a Federico García Lorca", un poema en el que hay ecos del Lorca de Poeta en Nueva York pero en el que viven los espacios industriales del Madrid de principios de los noventa del pasado siglo. Las fábricas, la corrupción y la impiedad de los poderosos, la vida menesterosa de los más pobres (con "negocios de cartón y de humo"), el Madrid de Legazpi, Méndez Álvaro, Julián Camarillo o Coslada, en cuyas calles "ya no se lucha a muerte". Hermosísimo poema de una intensidad infrecuente, lleno de imágenes, de metáforas precisas, deslumbrantes, hondas.

HOMENAJE A FEDERICO GARCÍA LORCA

I
Los lagartos dibujan en el tiempo
su muerte mineral. Hay mastines que sueñan con rocío en los ojos
y que entornan las noches ante el infortunio. No sé por qué
tras las últimas casas de los barrios extremos
imagina uno el mar. La luz es un estanque
que habita la memoria, un estanque con algas y secas humedades
donde los días yacen en sus salas de espera.
Los cementerios de automóviles
atraviesan urgentes madrugadas
de hospitales y de óxidos. Deja la claridad, entre las flores,
un mundo submarino abierto. Sueñan los dormitorios
enfermedades plateadas, y hay un temblor difuso en las paredes
y muñecas sin ojos arrastrando
su universo olvidado. Hay vacíos océanos
y animales pacientes que ahogan el insomnio.
La tortuga invernal, entre la lluvia,
avanza más aprisa que los trenes
que atraviesan los cielos. Nadie
recuerda nada aquí. Todo está aislado en su inseguridad; la luz es un naufragio
de hogueras apagadas. De humo estrellado
son las sombras, y hay navajas que brillan de incertidumbre
como un escalofrío. Hay testigos de espuma en los alrededores
y recodos de horas que no terminan nunca. Hierve la Historia
en una sola página. La ciudad,
a lo lejos, tiene un maduro resplandor
de palacio de invierno.


II


Oigo desde aquí los aljibes, los desagües
desde donde las ratas y los pobres comparten sus negocios
de cartón y de humo; y a los ejecutivos,
con la seguridad de los prestidigitadores,
ascender por el aire; y a los asentadores,
y a los intermediarios de todo cuanto un día en los campos
fue bello; o a los que distribuyen
su mercancía invisible y, poco a poco, adquieren
esa pátina helada de los santos, en los ojos el frío
de los peces que han muerto.

Ved que el robo es defensa
y la piedad mentira; que en estas calles
donde es dolor la Historia y la vida pecado,
por las que se presume
tanto de libertad como de pobreza,
ya no se lucha a muerte. Baja del Guadarrama un viento
de rendición. Entre los árboles
deja la espuma de la noche sus párpados abiertos.


III


La ciudad
brilla como una ola de ceniza sobre la lejanía. Es agosto
y, desde aquí, ves tenderse
el fatigado cuerpo del silencio en las lomas, la quemadura
vegetal de los parques que, a lo lejos, encienden con sus llamas
lentas flores de sombra.

En las afueras
hay un olor portuario
de mercancía muerta; es un muelle la tarde
donde yace la lluvia en apagados trenes; y hay hélices y anclas
de barcos que no existen, y ruidos que se esconden
en las profundidades de las sombras como animales ciegos.
Lo mismo que en los puertos
ves frutos que se pudren como auroras calladas
y restos de periódicos que vuelan, sin razón,
por los aires.

No es el silencio aquí
como el de las murallas o como el de las frondas
de los ríos abiertos. Una edad medieval
discurre en los contornos, sueña en los alrededores de las cosas.
Hay una luz de atardecer entre las fábricas
que dura todo el día. Huele a fatiga ya cartón, a riesgo, a vida peligrosa
en estos barrios donde
no tiene el cielo crédito ni la infancia fortuna.
Abre la calma de la tarde sus puertas

de calor a la noche; y atraviesan
en vuelo errante, como cenizas de la luz, el silencio
los pájaros.


Quede aquí mi homenaje. Qué mejor forma de recordarlo que invitar a la lectura de estas dos obras maestras.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Entro en tu blog, oigo con los ojos los versos de Diego y ¿qué puedo añadir?. Mejor dejar volar el pensamiento... Un saludo.

Manuel Rico dijo...

Iconos: he llegado hace un rato de escuchar, en el salón de actos del Cervantes, una lectura de dos poetas muy conocidos (y muy amigos). La sala estaba llena de otros amigos (poetas, críticos, meros lectores)a los que he ido conociendo a lo largo de los últimos años. Pues bien: a 9 de cada 10 los conocí gracias a la intermediación de Diego. Escuchando, las más de las veces y en las salas más diversas, los dos poemas que reproduzco. Insertarlos en mi blog es no sólo un homenaje. Es, también, una muestra de gratitud. Gracias por tu nota. Deja volar tu pensamiento. Y tu corazón: la poesía también ayuda a ello.
Un abrazo.

El Toro de Barro editorial dijo...

Poemas imprescindibles en una página -la tuya- que también lo es...

El Toro de Barro editorial dijo...

Leí Coro de ánimas a los veinte años, al que llegué por Carlos de la Rica. Me dejó con el alma encogida y asombrada. Por aquel entonces yo leía poemas en los tabernas de los pueblos de Cuenca y de Madrid, en recitales que duraban lo que duraba una botella de vino peleón. Recuerdo que incorporé a las lecturas Noche de Navidad, y también recuerdo cómo, poco a poco, la gente iba dejando de resporar y se hacía casi casi invisible. Me digo ahora, al vover a leer estos versos que dejas, que no es posible escribir con tanta ternura de un padre muerto. Y se me pone muy mala hostia porque había olvidado a Diego Jesús. Gracias por resucitarlo. Gracias. Gracias. Gracias....

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