
viernes, 29 de mayo de 2009
Papelerías, por ejemplo

lunes, 18 de mayo de 2009
Adiós a Benedetti / Noticia de "La Casa del Poeta", a la sombra del Moncayo
Mario Benedetti ha muerto. Descanse en paz. Uno de los más seguidos escritores que constituyeron la nómina del boom latinoamericano acaba de dejarnos. Lo he leído, en un despacho de urgencia, en la edición digital de El País y he sentido una punzada de dolor. Y ha sido así a pesar de no formar parte de mi nómina de grandes devociones literarias.


De ese mundo regresa el poema "Te quiero". Pero no lo hace solo. Lo hace acompañado de música, cantado por Nacha Guevara o en la voz colectiva de una coral de mi barrio, la Coral del Capricho (con voz reconocible, pese al bosque de tonos, de Esperanza) y me llega junto a un libro, del que se ha hablado muy poco, editado por Bartleby, titulado Estos poetas son míos en el que Benedetti muestra su pasión por la poesía a través del acercamiento, crítico y teórico, a la obra de algunos de los más hondos poetas latinoamericanos del siglo XX: desde Nicanor Parra a Juan Gelman, desde Cortázar a José Emilio Pacheco. Un libro que apenas aparece en sus reseñas biográficas (y dudo que aparezca en las crónicas que se publicarán en los próximos días) pero, a mi juicio, un libro imprescindible para entender al Benedetti poeta.
Descanse en paz el narrrador, el poeta, el ensayista, el hombre comprometido con su tiempo.
Un milagro: La Casa del Poeta en Trasmoz


Pero Trinidad fue más allá de aquella entrega: me habló de otra realidad que, como Olifante, fue proyecto un día. Me habló del Festival Internacional de Poesía del Moncayo (arriba, foto de la mítica montaña), de la geografía literaria de ese monte tan vinculado a la obra de Bécquer o de Antonio Machado, y me habló, de manera muy especial, de La Casa del Poeta en Trasmoz. Se trata de una vieja bodega de una casa de labranza que ha sido rehabilitada por la Asociación Cultural Olifante y adquirida por el ayuntamiento de Trasmoz (con la colaboración del gobierno regional y la diputación provincial), situado en la comarca "moncayana". Es una suerte de residencia para poetas, becados o no becados, a la que pueden acudir durante un tiempo para escribir, trabajar en un proyecto de creación o de investigación poética. Todo ello, aderezado con una magnífica biblioteca especializada en poesía, con organización de encuentros, charlas o recitales de la obra del poeta "becado" por las Tierras del Moncayo. ¿Quién no ha soñado alguna vez con vivir durante una semana, o 15 días o un mes una experiencia como ésa? Pues bien, Trinidad Ruiz Marcellan me inivtó a ello. Me habló, con pasión militante, de los tres años que lleva funcionando, de los poetas que ya han disfrutado de sus instalaciones, de cómo el pueblo de Trasmoz, con motivo del Festival Anual de Poesía, se convierte en un espacio en el que los poetas, esos seres laterales y ocultos para la mayoría de la sociedad, son protagonistas. Recordé un viaje a Reggio Calabria en septiembre de 2007 con motivo de un festival de poesía al aire libre (al pie del hermoso castillo de la ciudad) que organizaba la Casa della Poesía de Salerno por iniciativa de Rafaella Marzano y Sergio Iagulli, un viaje en el que no dejé de cavilar sobre la carencia, en España, de iniciativas parecidas. Por eso, cuando supe de La Casa del Poeta de Trasmoz pensé que, en parte, esa carencia comenzaba a superarse (¿para cuándo un encuentro entre la Casa de Salerno y la Casa de Trasmoz?: me ofrezco a gestionar los contactos necesarios).

jueves, 14 de mayo de 2009
Antonio Crespo Massieu: cuentos entre la luz y la sombra // Antonio Vega: entre la sombra y la luz

En El peluquero de Dios está la memoria de nuestra guerra civil. Están los años del cambio hacia la democracia de la que todavía gozamos. La sombra del exilio y de la muerte lejos de las raíces. Los rescoldos de la Argentina de los desaparecidos bajo una de las más crueles dictaduras del último medio siglo. Cuentos para recordar, para vivir (y para aprender a vivir), para avivar una conciencia crítica, para reconstruir el inconsciente colectivo ante los grandes dramas que han vivido las sociedades contemporáneas. El libro, recién aparecido bajo el sello Bartleby Editores es una de esas extrañas obras, de no muy grueso formato (pienso en Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez), que descubren a un autor no por desconocido menos sólido, ambicioso y sensible. La difícl sencillez del relato. La transparencia. La emoción. La zozobra y la incertidumbre. Todo eso, y mucho más, está en esta colección de cuentos.
El relato no es un género fácil. El lugar que ocupa dentro de la narrativa no siempre es reconocido por los grandes editores y la mayor parte de los libros que se editan se ven condenados a arrastrar una vida clandestina o semiclandestina hasta que llega la vara mágica de un éxito puntual, o de una Feria del Libro, o el dedo "recomendador" de un buen amigo para que los lectores no asiduos se acerquen a él.
Esta noche, cuando todos los que valoramos el papel que la música y determinadas letras jugaron en la conformación de nuestra educación sentimental, lloramos la muerte de Antonio Vega (otra más del grupo de quienes crecieron y maduraron, humana y artísticamente, a la par que avanzaba una sociedad -la nuestra- recién salida de la dictadura hacia la plena democracia), me atrevo a recomendar con fervor, con pasión, con la certeza de que de su lectura a nadie dejará indemne, El peluquero de Dios.
DE ANTONIO VEGA Y DE SU MUERTE PREMATURA
Qué decir de Antonio Vega? Algunas verdades esenciales: su muerte nos habla de la fragilidad de una generación que tuvo que aprender, sin reglas establecidas y sin caminos trazados, a vivir en libertad. Que maduró sin darse cuenta, como si los juegos con que se estrenó la movida madrileña no fueran a terminar nunca. Que avanzó entre parques asediados por el paro de los ochenta y las jeringuillas tiradas en medio de la hierba como testimonios de la fragilidad de una juventud escéptica, confusa, deslumbrada por la libertad y, a la vez, atada a una adolescencia perpetua (¡tan hermosa cuando se evoca en la distancia de los años, tan frágil y pasajera cuando la muerte prematura la ilumina al fondo del túnel de la memoria más amada!). Antonio Vega había cumplido cincuenta y un años y era de una generación de jóvenes inconformes, sentimentalmente atados a las noches sin límite, de seres endebles y apasionados que jamás creyeron que algún día podían peinar canas, cumplir el medio siglo, alcanzar la edad que alguna vez tuvieron sus padres.
Antonio Vega, el genio de La chica de ayer o de El sitio de mi recreo, deja un vacío de piedra en la memoria de todos. Incluso en la de quienes, como yo, éramos algo mayores que él y que los músicos que lo acompañaban en Nacha Pop cuando las canciones citadas vieron la luz, y vivíamos alejados de aquella movida que el tiempo hace crecer y depura. Sus textos y músicas atizan la añoranza de un tiempo irrepetible. Nos hablan, al tiempo, de un submundo cruel, en el que la imaginación y el dolor parecían condenados a ir, por siempre, de la mano (¿cómo no recordar a Enrique Urquijo, a Antonio Flores, a tantos otros que transitaron ese camino dual y tormentoso?), en el que aquella felicidad posmoderna y ecléctica, que miraba de reojo hacia las grandes movilizaciones obreras de los ochenta, o hacia el golpe del 23-F, o hacia la reconversión industrial iniciada por Felipe González, parecía hecha con la materia de los sueños. De una materia, en todo caso, parecida a la que cimentó la geografía inolvidable de una bella novela de Scott Fizterald y cuyo título parecía pensada para Vega y sus coetáneos: Hermosos y malditos.
Termino con dos invitaciones: a escuhar, como homenaje a Vega, una de sus canciones (ya sé que no soy nada original: pichad aquí o aquí) y a recobrar una anotación en este blog de hace casi dos años. Su título (pinchad en él): "La chica de ayer".
lunes, 4 de mayo de 2009
Sobre el blog y sus efectos / Dos breves homenajes: Pablo Lizcano y Ana María Navales

Hasta aquí esta anotación que pretendía ser una reflexión sobre las papelerías (sí, no se extrañe el lector, sobre las papelerías, no sobre las librerías) y que se ha convertido, por arte de magia y por esos inexcrutables caprichos de la conciencia (mala) en una meditación sobre el blog. ¿Un nuevo género literario? Quizá. El tiempo, implacable juez, lo dictaminará.



viernes, 1 de mayo de 2009
Sobre cine de barrio en una librería de barrio: tarde en Muga



llevó a visitar las galerías de mi memoria sentimental y cultural más entrañable: recordé, allá por los años 1972 y 1973, el cine-club que pusimos en marcha, sorteando censuras y amenazas de cierre, en un club juvenil en la UVA de Hortaleza, o el que, cuando acabó con él la autoridad competente, organizamos, un grupo de iluminados e iluminadas (os abrazo a todos, ya más que maduros, desde esta ventana de Internet), en el centro parroquial del barrio de Portugalete, entre Arturo Soria y el barrio de Canillas. Sí, allí cultivamos la parte más noble de nuestra conciencia con Plácido, o con El cochecito, o con Calle Mayor, o con Muerte de un ciclista. Sí: era nuestro cine de barrio en el barrio. Lo descubríamos como quien descubre el reverso, el otro lado del cine que, precedido por el No-Do, nos mostraba el régimen en las salas más frecuentadas de la ciudad.
